Sostenía su cigarrillo
mientras deslizaba frenéticamente los dedos sobre el control. Sin
despegar la vista de su lujosa y hermosa pantalla, contestó la
llamada.
—Si diga—
...
—Tenemos a Beto—
Su corazón se paralizó
por un momento (o es lo que él pensó). No tanto por la rispidez de
aquella voz, si no por lo desconocida, sombría e intimidante.
Además y sobre todo “¡Quién pitos era Beto!"
—Con quién desea
hablar?—
—Mira, hijo de la
chin-ga-da, Tenemos a Beto y si no te mochas, mi chingón, nos lo
tronamos, cómo ves puto—
Sintió cómo su corazón
bombeaba de forma distinta y sus membranas celulares se pinchaban
hasta inflamarse de adrenalina. En milésimas partes de microsegundos
su sistema nervioso hizo un esfuerzo superconsciente y documental,
concluyendo finalmente que no conocía a ningún beto.
—!Número equivocado!—
espetó indignado y un tanto alterado. “¿Quién es este pendejo?”
Finalmente y sintiendo un
bajón repentino suspiró. Casi se deshace del smartphone galaxy
Alpha, cuando una idea se hizo de su mente “¿y si beto existe?¿Qué
tal si olvidó el número celular de su casa? No, no, el secuestrador
debe contar con el número correcto de contacto”.
Como sea, recalculó la
situación y continuó buscando esa nueva serie que lo saciara por
una noche más (como si de un buen chute de café se tratara). Un
impulso casi enfermo y definitivamente adquirido luego de contratar
Netflix. A punto de tomar una desición fue interrumpido nuevamente
por el vibrar de su teléfono celular.
Nunca el brillo y
resolución de su pantalla despertaron tanto estrés. Titubeó y al
constatar que se trataba del mismo jodido y bromista número decidió
apagar todos los aparatos. Decidió también ya no encender ese
último cigarro y tratar con la vieja técnica. Conectar su
reproductor mp3 con la pequeña bocina y escuchar su colección
completa de “la mejor música para dormir profundamente”.
Aquella no fue la mejor
de las noches. Despertó a intervalos irregulares de tiempo ya
fuera por las recurrentes pesadillas o por la inflamación de su
intestino. De tal manera que en la mañana ya esperaba con los ojos
bien abiertos la aparición del sol. Se preparó el café,como
siempre, encendió el cigarro matutino y cogió su maletín, las
llaves y claro, su celular.
Ya se daba el último
apretón de corbata, ya se miraba los zapatos. Activó su teléfono
inteligente y accedió, como cada mañana su sección favorita:
espectáculos.
Sus ojos se llenaron de
lágrimas, sus manos se aferraron por inercia a su pecho y su maletín
cayó escupiendo las carpetas y archivos notariales. Luego exclamó
dolida y sinceramente ¡¡¡no!!!
La nota del día en la
sección de espectáculos esa mañana rea nefasta “Beto Cuevas a
muerto a manos de sus captores, su fan número uno no respondió a la
llamada”
Un súbito espasmo
intestinal lo despertó, y quel tipo, jadeante y sudoroso se tocaba
el pecho, quella... no había sido una buena noche.